Decimocuarta Estación

El Resucitado envía a los discípulos el Espíritu Santo Prometido

 

P Te adoramos, oh Cristo resucitado, y te bendecimos.
T Porque con tu Pascua has dado la vida al mundo.

L De los Hechos de los Apóstoles (Hechos 2, 1-6)
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma.

G1 Pentecostés, pacto mantenido. El Resucitado cumple su promesa solemne: "El Consolador, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre" (Jn 14, 26). Dios es fiel. Cumple con sus compromisos. Él dijo: el Hijo del hombre dará su vida "como precio por muchos" (Mt 20, 28). Y su Palabra se hizo historia: Viernes Santo. Él dijo: "Destruid este templo y yo en tres días lo reedificaré... Él hablaba del templo de su cuerpo" (Jn 2, 19.21). Y su Palabra se hizo victoria sobre la muerte. Él dijo: "Tendréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros" (Hechos 1,8). Y al cumplirse las siete semanas pascuales su Palabra se hizo Pentecostés: fuerza del Espíritu, nacimiento de la Iglesia. La humanidad nueva en camino.

G2 El hombre de hoy debe recordar que "el verdadero pecado - como dice Evdokimov - es ser insensibles al Espíritu Santo". Que es como decir, estar cerrados al amor. El Espíritu vence los pesimismos sobre el futuro. Dios es optimista sobre el hombre. El Espíritu obra el bien: el bien que se realiza, el amor que triunfa, el grano que amarillea, Pentecostés une a la humanidad entera. Creer en el Espíritu Santo, para el yo escéptico y cansado, es no sólo creer en Dios y en su amor, sino también creer que Dios cree en mí, que Dios se fía de mi, que Dios espera mucho de mi. Tengo que dejarme llevar por el Espíritu que está ya actuando en la historia. Y entonces la vida podrá verdaderamente ser una casa de amor y de paz. "Los frutos del Espíritu son amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí" (Gal 5, 22).

T Alégrate, Virgen Madre: Cristo ha resucitado. ¡Aleluya!

P Oh Espíritu Santo, que unes inefablemente al Padre con el Hijo; tú eres el que nos unes a nosotros con Jesús Resucitado, hálito de nuestra vida; tú eres el que nos une a la Iglesia, de quien tú eres el alma y nosotros los miembros. Como San Agustín, cada uno de nosotros te suplica
(recitación coral): 
Respira en mí. Espíritu Santo, para que yo piense lo que es santo, para qué yo ame lo que es santo. Fortifícame tú, Espíritu Santo, para que yo nunca pierda lo que es santo.

T Amén

 

T Oh María, templo del Espíritu Santo,
guíanos como testigos del Resucitado
por el camino de la luz.